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sábado, 14 de agosto de 2010

Tele(IN)comunicaciones

Salía de la confitería La Biela, muy tradicional de Recoleta, ubicada en la esquina de Quintana al 600 y a una cuadra del Cementerio donde se bifurcan las calles Guido y Junín. Era una mañana soleada y había terminado mi habitual desayuno, café irlandés con scones y una ojeada a La Nación. A mi izquierda podía divisar, cruzando el parque, las figuras del Centro Cultural y de la Iglesia del Pilar que se recortaban en el cielo azul claro. A mi derecha, autos y bocinas parados de cara al semáforo en rojo. Frente a mí, una cabina de teléfono estilo inglés, son las que combinan cuadrados de vidrio y metal rojo bermellón. Un pibe de aspecto sucio y descuidado se me acercó a ofrecerme no sé qué cosa y le di salida rápidamente con un simple pero rápido movimiento negativo de cabeza mientras pensé “cómo les permiten pasearse por acá, por favor, ya se perdió todo”.

Me disponía a tomar un taxi cuando recordé que debía llamar a la inútil de mi secretaria para que organizara una junta de directorio, tenemos que firmar la quiebra de esa fábrica y cerrarla con efectivos policiales antes de que los activistas (porque esos no son trabajadores, lo único que hacen durante toda la jornada laboral es buscar conflicto para cobrar más por hacer menos) intenten ocupar el lugar; pero me había olvidado el celular en el dormitorio. De modo que aproveché y entré a aquella cabina, cerré la puerta, introduje la tarjeta y marqué el número. No podía comunicarme, el tono estaba muerto. Volví a intentarlo, no hubo caso. Entonces quise salir y la puerta no abría, estaba trabada. Forcejeé durante dos horas sin parar, un sudor pegajoso y frío recorría todo mi cuerpo y mi traje se había mojado por la transpiración. Me estaba desesperando, nervioso y pálido, me faltaba el aire y creo que desmayé.

Cuando reaccioné ya eran las 5 de la tarde, ¡y todavía seguía encerrado en la cabina! Parecía una pesadilla, sólo que era la realidad. Con la punta de mi Parker dorada intenté aflojar los tornillos de las uniones; fue inútil, el sellado era hermético y los vidrios blindados. Buscando en el portafolios encontré una hoja con la agenda del día, la di vuelta y escribí “AUXILIO, ESTOY ENCERRADO”. Sin embargo, la gente ni me miraba. De pronto pasó un señor mayor, comencé a hacerle señas, pero puta suerte la mía, pronto descubro que era ciego, cuando al cruzar la calle desplegó su bastón blanco. Acto seguido, una nena que iba de la mano de su mamá reparó en mí, esa era la oportunidad. Me agaché y pasé la hoja por debajo de la puerta. La chiquita la levantó mientras la madre hablaba muy entretenida por su celular. Cuando fue a mostrarle el papel, la mujer, sin abrirlo siquiera, lo arrojó en el primer cesto de basura que encontró. Otra vez, no tenía salida. No entendía por qué ninguna persona se detenía a ayudarme, "a mí que nunca hice mal a nadie y justo yo que colaboro con Cáritas todos los meses religiosamente."

En eso, se acerca el mismo pibe sucio que había evitado a la mañana con varios ramitos de rosas en la mano, que se ve, los vende en el semáforo. Se detiene ante la cabina. Le hago señas que estoy encerrado y le suplico que por favor me ayude. Me mira fijamente y comienza a reirse, se agarra la bragueta y me hace el típico gesto obseno de un barra brava de la popular y se va el muy turro. “Qué se puede esperar de esta gentuza” me dije entre mí. “La puta que lo parió cómo mierda salgo de acá”. Cansado me senté en el piso y me apoyé en los vidrios.

Llegó la noche y yo seguía atrapado en aquella esquina de la Recoleta. Por un momento me dormí. Al despertar, estaba amaneciendo. Justo frente a la cabina se detuvo un camión de una compañía telefónica, inmediatamente después, se baja un ejército de empleados que rodea la cabina.

-¡Es mi salvación!- dije entre mí.

Sin prestarme atención comenzaron a desenterrar la cabina conmigo en ella, la levantaron con una máquina y la inclinaron de forma horizontal, con el impacto me golpeé la cabeza y perdí el conocimiento.

Esta vez cuando abrí los ojos, me encontraba acostado al igual que la cabina. Pero a mi alrededor, también otras cabinas con personas vestidas de traje adentro.

2 comentarios:

  1. Que buena descripción, Pao. Triste y real, sobre todo real. Tus palabras son exactas: pude ver en mi mente toda la situación y sentí el adentro y el afuera de la cabina.
    Besos!

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  2. Gracias por leerlo y por comentarlo, Ani! Besos.

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he dicho!